Se sentó al ver el tiempo pasar, sin más. No tenía nada mejor que hacer. Y allí estaba ella, mirando al cielo, en aquella campa vacía entre las flores recientes de la primavera. La brisa calentita traía olor a polen y a hierba fresca. Solo se oían ruidos lejanos y pájaros cantando en las copas de los árboles más cercanos. La velocidad con la que ocurren las cosas le asustaba, le aterrorizaba pensar en ello. Pensar en todas las cosas que habían cambiado en tan poco tiempo le hacía ponerse triste. No podía aguantarse durante más tiempo las lágrimas que brillaban en sus ojos cansados. Se levantó y empezó a caminar... sin rumbo fijo, daba pasos pero no avanzaba, no tenía ningún sitio a donde ir, ya no tenía nada que hacer. Las lágrimas se dieron por vencidas y cayeron por sus mejillas rozando cada beso recibido. Sus pensamientos pertenecían a una sola persona, recuerdos, sueños, demasiados sentimientos guardados que después de mucho tiempo hacen daño, mucho daño. Y ya no hay marcha atrás, si no luchas no ganas. Es lo que hay. El viento acarició su pelo y lo hizo bailar. Se secó las lágrimas y se volvió a sentar, había andado bastante, había subido al acantilado de encima del pueblo. Desde allí veía a toda la gente correr por las calles, vio niños y adultos en el parque, señores paseando a sus perros, abuelos con sus nietos, vio jóvenes en los bares y gente en la cola del cine. Vio algunos padres entrando a las tiendas para hacer la compra y se dio cuenta de que a nadie le importaban sus preocupaciones, se dio cuenta de que todo el mundo tenía sus problemas y que nadie se paraba a pensar en los demás... se dio cuenta de que esto le tocaría pasarlo a ella sola. Se volvió a levantar decidida, ya no lloraba, sonrió, y grito un bonito consejo al viento para que todos la oyesen:
- ¡LUCHAD POR LO QUE QUERÉIS ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE!