Lo más triste cuando se cansó tanto de su vida que hubiese preferido cualquier otra vida, ficticia o real. Leía millones de libros, veía montones de películas y deseaba ser diferentes personajes. Creo que a veces incluso se lo imaginaba de verdad, imaginaba su vida siendo cualquier otra persona. Le recriminé tantas veces aquello... ¿cómo podía preferir la vida de alguien que no tenía nada a la suya? Era tan egoísta por su parte. Estuve meses y meses sin verla sonreír, ni llorar, ni nada. No mostraba ningún tipo de sentimiento. Solo repetía una y otra vez: ojalá fuera otra persona, ojalá mi vida fuera distinta. Le hablé de las familias que mueren de hambre en los pueblos pobres, la gente que vivo sola y nunca ha tenido a nadie, de huérfanos o de todas las desgracias de este mundo pero no reaccionaba, decía: no se trata de vivir bien o mal... se trata de vivir o no vivir. Nunca lo entendí, me parecía tan absurdo su comportamiento. Era joven, y tenía una larga vida por delante pero se sentía... muerta. El peor día de mi vida fue para ella el mejor de su vida, eso me dijo cuando la encontramos sentada en el suelo y apoyada en la habitación de su habitación del centro en el que trabajo. Había perdido pacientes, muchos, pero nunca del todo. Me sonrió cuando entré en la habitación y la vi allí... muriéndose. ¿Sabes? me dijo, al final resulta que no nos controláis tan bien como creéis, he conseguido lo que quería y soy muy feliz. Le grité que dejara de decir tonterías, que iba a llevarla a un hospital, que iba a conseguir salvarla y que después le haría ver lo feliz que podría llegar a ser viviendo. Volvió a sonreír, y dijo: no, no lo harás... deja de preocuparte, yo no estaba echa para ser feliz viviendo estaba echa para ser feliz muriendo. Aquello fue lo último que dijo, fue tan triste. Después de aquello no pude seguir trabajando, era complicado ayudar a mis pacientes a seguir con su vida cuando era yo la que necesitaba que me enseñaran a entender por qué narices sigo aquí. No os preocupéis, al final lo entendí.