Páginas

3 de marzo de 2014

No dejaba de quejarse porque se había caído pero, joder, ¿y lo bonito que es levantarse? Pensé en los niños pequeños que cuando se caen miran a sus padres como diciendo: ¿tengo que llorar o no ha sido nada? Y es así. Si los adultos no prestan demasiado atención o le dicen que no ha sido nada el niño se vuelve a levantar y sigue corriendo y jugando, pero si se levantan corriendo al socorrerle el niño se pone a llorar amargamente (a veces solo durante un minuto).
Una vez leí una historia, que hablaba de que unos niños se quedaron encerrados en su habitación, en un segundo piso creo, había un incendio en la casa y uno de los niños (el más mayor, de unos 5 o 6 años) consiguió sorprendentemente abrir la ventana y salvar a su hermano (un bebé) y así mismo no recuerdo muy bien cómo lo hizo. El caso es que nadie se podía explicar como el pequeño había abierto la ventana, y la respuesta era sencilla: no había nadie que le dijese que no podría hacerlo.
De eso va todo, de pequeños son los mayores los que nos dicen que no hagamos esto, que no podremos hacer aquello, que somos demasiado jóvenes para lo otro. A medida que vamos creciendo somos nosotros mismos los que nos convencemos de que algo es (en teoría) imposible. Y solo los valientes o los locos (a veces creo que esos dos términos valen como sinónimos) son capaces de darse cuenta de que lo imposible es una fantasía humana, no digo que no haya cosas imposibles... porque las hay, pero no se puede dar algo por imposible sin haberlo intentado. Tampoco intentéis volar tirándoos por la ventana de un cuarto piso, eso no saldrá bien. Pero joder, si ves que el autobús está arrancando a diez metros de ti antes de darlo por perdido y visualizarte a ti mismo esperando al siguiente... corre, joder, porque a lo mejor todavía alcanzas ese. Y no me refiero solo a autobuses.
Ya sabes.