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10 de agosto de 2013

Historias de razones para escapar (1)

Todo empezó el día que decidí ir a la fiesta de cumpleaños de un tío que me había dejado cuatro o cinco días antes, (¿por qué dejar a tu novia cinco días antes de tu cumpleaños? preguntárselo a él porque a mí no me lo dijo). Cuando entré me miró como si le sorprendiera que estuviera allí, aunque en realidad lo que le sorprendía es que llevase puesto mi mejor vestido, que me hubiese rizado el pelo, que llevase los labios rojos y que estuviera sonriendo. Lo noté en su mirada en cuanto me vio entrar, lo gracioso es que me pareció notarlo en la mirada de todo el mundo. Como si todos pensases que no iba a aparecer por allí, aunque estuviera invitada (incluso ayudé a organizarla). Notaba en sus miradas que me imaginaban tirada en mi cama llorando, tal vez. Aunque sobre todo lo notaba en la suya, supongo que porque era la mirada que más conocía de todas. También la que más me gustó, la mirada que más quise, la mirada de la que algún día me había enamorado (quiero pensar que fue así). Pero las cosas cambian y ahora odiaba esa mirada, odiaba absolutamente todas las miradas de aquel lugar, no solo porque se clavaran en mi expectantes imaginándome derrumbada y sorprendiéndose por mi sonrisa, las odiaba porque... se habían convertido en un martirio, las odiaba porque eran odiosas. Y por esa misma razón me había puesto mi mejor vestido, me había rizado el pelo, me había pintado de rojo los labios, y por ese odio también llevaba esa sonrisa en la cara... y mi mirada gritaba: miradme, no lo habéis conseguido, soy feliz. Me acerqué a él y sin deshacer mi sonrisa le dije: felicidades, fue la única palabra que pronuncié en toda la noche. Algunos se acercaron a mí diciéndome 'hola, ¿qué tal?' y demás cortesías absurdas y crueles, no les contesté. Me limité a sonreír, porque me gustaba saber que les reventaba mi sonrisa, me gustaba tanto que incluso empecé a sonreír de verdad, por puro placer. Después me serví una copa y tomé la decisión de buscar miradas lejos de allí, en otros lugares del mundo o algo. Miradas que me dijesen: oh, que alegría verte aquí... te sienta bien ese vestido. Con la segunda o tercera copa fue cuando decidí a dónde iría, y cómo iría. A la quinta creo que fue cuando salí de allí, regalándoles mi sonrisa por última vez a todos los presentes (tal vez la acompañé con un obsceno gesto con mi dedo corazón, no lo recuerdo demasiado bien).
Unos días más tarde cogí un tren, con un destino no demasiado claro, pero tampoco tenía claras mis ideas... preferí improvisar. Y aquí estoy, en ninguna parte, con sonrisas felices.
'Pueden pasar muchas cosas que te hagan escapar a otro lugar, huir no siempre se de cobardes. A lo mejor solo huyes para encontrar algo mejor, no es una huida... es una búsqueda.' 
- Yo encontré mi sitio.