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23 de marzo de 2012

Era un sentimiento extraño, no sabría describirlo, eran unas inmensas ganas de reír como loca, un escalofrío de esos que ponen los pelos de punta, como si estuviera acojonada pero a la vez relajada, feliz. Era un contrasentido absurdo, desear que aquello fuese eterno pero único, y que los imposibles se volvieran posibles y lo difícil fuese más fácil. Un para siempre que sólo dura unos minutos, o un nunca jamás que se vuelve real. Sentía que podría correr, bailar y gritar hasta reventar, pero quería quedarme ahí... quieta. Aunque creo que me hubiese gustado perderme. Contigo, claro. Susurrar cositas al oído o chillarlas a los cuatro vientos, ¿qué más da? Nadie me haría caso de todas formas. Era como si la cabeza quisiera pensar en demasiadas cosas, pero sólo fuese capaz de pensar en una (tú), que el corazón tenía ganas de correr o salir por la boca pero la maldita respiración alterada no le dejaba salir por ahí. Un libro con páginas en blanco deseando que alguien lo escriba, yo que sé. Que todos los días pueden ser sábados, exterminemos los lunes y madrugar sólo tiene sentido si es para verte. Mil letras de canción que no significan nada pero a la vez lo significan todo, esas melodías que no se olvidan. Nunca sabré describirlo, pero no creo que haga falta... es sencillo de entender, la gente lo llama amor.