Páginas

29 de marzo de 2014

Diecinueve.

El 27 de marzo escribí: Voy a escribir esto, no solo porque me apetezca hacerlo, si no porque me veo obligada a ello por la necesidad de expresarme -y vaciarme de emociones- aunque creo que va a ser difícil hacerlo con claridad, incluso tengo la leve sospecha de que me llevará más de un día escribirlo (por eso estoy empezando dos días antes). 
Y, ahora sí: 29 de marzo.
Bueno, para muchos de vosotros hoy será un día de lo más normal y rutinario, para otros puede que sea algo especial el día de hoy (también) por alguna razón fortuita o algún evento importante, para mí lo es porque es mi cumpleaños. Y, aunque mi mente y mi cuerpo no parezcan notarlo demasiado, cumplo diecinueve años. Soy consciente de que cumplí la mayoría de edad el año pasado y que tendrían que haberme afectado más -ya sea de forma positiva o negativa- los dieciocho, pero no fue así. Creo que estoy empezando, ahora, a asumir el hecho de que mis años de infancia y adolescencia han quedado atrás y no hay forma de recuperarlos -porque el tiempo no se recupera, por mucho que nos duela admitirlo-. Que sí, siempre nos quedarán los recuerdos pero siendo realista creo que los recuerdos se acaban quedando en el olvido, o al menos gran parte de ellos. Estoy segura de que he olvidado muchos momentos de esos que juré que serían inolvidables, igual que han dejado de gustarme canciones que estaba segura que nunca me dejarían de gustar, igual que no hablo con personas que iban a ser mis amigos para siempre... pero no quiero ir por ahí, esto no va sobre los buenos -o malos- momentos pasados, porque de esos ya he hablado suficiente, y porque esos ya los he vivido.
Intentando quitarme de la cabeza lo de: 'joder, que ya tengo diecinueve años' he llegado a la conclusión de que lo correcto sería pensar: 'joder, que solo tengo diecinueve años'. Me queda mucho, mucho, mucho por vivir. Pero quiero decir vivir, vivir de verdad (espero). Que no es lo mismo que sobrevivir, esto de agotar las horas de una forma rutinaria y aburrida, sin ningún tipo de motivación, meta o interés fijo... como suelo hacer casi siempre de lunes a viernes. No quiero llegar a los cincuenta y tantos y darme cuenta de que no me he cumplido ningún sueño, que no he vivido de verdad o que he acabado formando parte, incondicionalmente, de esta sociedad de robots programados que viven con pautas escritas por otros -esos que deciden como debería pensar el resto de nosotros-, y es que no creo que yo haya nacido para eso. O a lo mejor nadie nace para eso en realidad pero acaban dejando que les consuma -no sé exactamente el qué-. Puede que haya leído demasiados libros, o que haya visto demasiadas películas pero no estoy pidiendo un final feliz, no quiero comer perdices o terminar ganando, lo que quiero es vivir (lo repito para que quede bien claro). Para explicarme bien y estar segura de que me expreso correctamente he buscado la palabra 'vivir' en el diccionario de la rae, la primera -y la mejor- definición era simple y cristalina: 1. intr. Tener vida. Y, exactamente, es eso lo que quiero. Porque también he buscado la palabra sobrevivir (y me he quedado con la segunda definición): 2. intr. Vivir con escasos medios o en condiciones adversas. Supongo que entendéis lo que estoy intentando decir. Llevo un par de años ya agobiándome al pensar en mi futuro, por el hecho de que no tengo nada claro. Hay personas que a mi edad tienen todo decidido -no sé si esto es positivo o negativo-, saben qué quieren, cómo lo quieren y qué tienen que hacer para conseguirlo. Posiblemente así sea más fácil, digo yo, aunque también depende de lo que quieran y cuales sean sus circunstancias pero yo no sé lo que quiero, ni como lo quiero, y obviamente tampoco sé qué tengo que hacer para conseguirlo. La única meta que he sido capaz de ponerme es esa (la de vivir de verdad) y bueno considero que es una buena meta, estoy empezando a pensar que podría considerarse como 'lo que quiero' pero -y aquí está el gran dilema- ¿qué tengo que hacer para conseguirlo? y si me concentro, si le doy vueltas y vueltas a esa pregunta en mi cabeza encuentro la respuesta: tengo que hacer que cada minuto cuente. Como esos pequeños placeres de la vida, los pequeños detalles que cuentan. Escuchar canciones que me pongan los pelos de punta, escribir cosas bonitas, dar abrazos fuertes, comer lo que me apetezca, hacer ejercicio por el placer de sentirme bien, tomar descansos del mundo para leer tranquila en cualquier rincón, reír por cualquier tontería, llorar con las películas, susurrar 'te quiero' (a las personas que quiero de verdad), preocuparme solo y exclusivamente de lo que yo piense sobre mí misma, ser egoísta de vez en cuando, pero ayudar a los demás cuando de verdad lo necesiten, sacar fotos (sin importar si salgo mal o salgo bien), contar historias, ir a conciertos, salir todas las noches de verano, algunas de las de invierno, tumbarme en el sofá los días de lluvia, no usar paraguas (porque yo nunca uso paraguas), quedarme un ratito debajo del agua en la ducha reflexionando, buscar curiosidades en internet, aprender a cocinar y cocinar, cenar pizza los sábados, cumplir un nuevo punto de mi lista de 100 cosas que hacer antes de morir, memorizar olores, tomar el sol, llenar la casa de arena al llegar de la playa, nunca celebrar San Valentín (porque yo no creo en esas cosas), comprar pintauñas, admirar mi tatuaje en el espejo durante un rato (mi búho en la espalda), abrir los ojos de par en par, tocarme el pelo, o que me toquen el pelo, sexo, quedarme diez minutos más en la cama después de que suene el despertador, besar, achuchar a mi perrita, elegir el filtro de instagram adecuado cada vez que subo una nueva foto, fangirlear, andar descalza... y una infinidad de cosas más. Y, que conste, que no se me olvidan las pequeñas cosas que joden... esos pequeños detalles que hacen que el día sea una mierda, ya sabéis, pero no tiene sentido enumerar los pequeños no-placeres de la vida, porque pensar en las cosas que salen mal se nos da demasiado bien a todos y estoy intentando ser positiva (iba a decir realista pero no sería verdad) que para ser negativa hay tiempo durante el resto del año, hoy no... porque es un día especial, mi cumpleaños y eso.
Si sigo pensando me doy cuenta de que también quiero ser libre -de una forma que no mucha gente es-, quiero ir conociendo la vida a medida que crezco y decidir por mí misma mis creencias, tomar mis decisiones o descubrir mis capacidades. Y hacerlo de una forma autodidacta por no caer en eso de creer lo que tu entorno cree, decidir lo que te dicen que decidas y hacer lo que quieren que hagas porque me considero lo suficientemente inteligente como para ser capaz de valorar el mundo y saber qué pensar. Una vez más, no creo que sirva para pensar lo que alguien quiera que piense. Aunque también sé que no será fácil. Es complicado crearse creencias propias cuando la mayor parte del mundo está sacado de un mismo molde de ideas -o eso es lo que me parece-. Me prometo a mí misma no caer nunca en ninguna secta ideológica porque bajo mi punto de vista hay más de las que se quiere creer, estamos rodeados de sectas... y ni si quiera nos damos cuenta de ello (no todos). Y ya que me pongo a prometerme cosas a mí misma hay otra cosa que necesito prometerme, quiero dejar de quejarme tanto y actuar más. Prometo empezar a intentar cambiar las cosas que no me gustan, en vez de quejarme y quejarme. Seré un granito de arena, pero con muchos así se hacen castillos de arena.
¿Qué conclusión podríamos sacar de todo esto que estoy diciendo? Pues, no sé que conclusión sacaréis vosotros, la mayoría de veces la opinión que una persona tiene de otra tiene más que ver consigo mismo que con la persona de la que tiene la opinión. Pero ese no es el caso, el caso es que esto trata de lo que yo opino de mí misma... al fin y al cabo soy yo la que intenta desahogarse y aclarar ideas. Y bien, ¿qué conclusión saco de todo esto? No lo sé. Una gran frase que posiblemente haya escrito más de una vez aquí (la escribo mucho en muchos sitios porque me encanta) de la película El curioso caso de Benjamin Button es: Uno nunca sabe lo que le espera. Y yo no podría expresarlo mejor. Por que no, no lo sé. No tengo ni la más remota idea de lo que será de mi vida a partir de ahora y a lo mejor esto me da un poco de miedo, pero da igual porque estoy empezando a tener bastante claras las cosas.
Es curioso porque esta es mi entrada 260 (aunque creo que he borrado alguna antigua alguna vez) del blog, llevo más de tres años con él y he compartido muchas cosas con mis lectores y quiero dar las gracias a todas esas personas que me leen porque... porque me leen, y eso es importante para mí más de lo que, seguramente, cualquiera de vosotros imagine. Por eso, si has leído esto: gracias. Espero que vivas libre, de verdad.


Hubiese quedado bien una foto de una tarta de cumpleaños, pero.. siempre podéis imaginárosla.

16 de marzo de 2014

 miedo.

(Del lat. metus). 
1. m. Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.
2. m. Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.



Es curioso, ¿no creéis? Que haya miedos imaginarios. Que ese recelo que tenemos a que algo suceda al contrario de lo que deseamos nos impida, a veces, conseguir lo que deseamos. Es curioso el miedo, analizando sus dos significados. ¿No os da qué pensar?

3 de marzo de 2014

No dejaba de quejarse porque se había caído pero, joder, ¿y lo bonito que es levantarse? Pensé en los niños pequeños que cuando se caen miran a sus padres como diciendo: ¿tengo que llorar o no ha sido nada? Y es así. Si los adultos no prestan demasiado atención o le dicen que no ha sido nada el niño se vuelve a levantar y sigue corriendo y jugando, pero si se levantan corriendo al socorrerle el niño se pone a llorar amargamente (a veces solo durante un minuto).
Una vez leí una historia, que hablaba de que unos niños se quedaron encerrados en su habitación, en un segundo piso creo, había un incendio en la casa y uno de los niños (el más mayor, de unos 5 o 6 años) consiguió sorprendentemente abrir la ventana y salvar a su hermano (un bebé) y así mismo no recuerdo muy bien cómo lo hizo. El caso es que nadie se podía explicar como el pequeño había abierto la ventana, y la respuesta era sencilla: no había nadie que le dijese que no podría hacerlo.
De eso va todo, de pequeños son los mayores los que nos dicen que no hagamos esto, que no podremos hacer aquello, que somos demasiado jóvenes para lo otro. A medida que vamos creciendo somos nosotros mismos los que nos convencemos de que algo es (en teoría) imposible. Y solo los valientes o los locos (a veces creo que esos dos términos valen como sinónimos) son capaces de darse cuenta de que lo imposible es una fantasía humana, no digo que no haya cosas imposibles... porque las hay, pero no se puede dar algo por imposible sin haberlo intentado. Tampoco intentéis volar tirándoos por la ventana de un cuarto piso, eso no saldrá bien. Pero joder, si ves que el autobús está arrancando a diez metros de ti antes de darlo por perdido y visualizarte a ti mismo esperando al siguiente... corre, joder, porque a lo mejor todavía alcanzas ese. Y no me refiero solo a autobuses.
Ya sabes.