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6 de febrero de 2014



Aunque me guste mucho hablar a veces también valgo para escuchar. Un viaje de tren es perfecto para ello así que me senté a su lado y le escuché hablarme. 
Me habló de lo mal que se sentía por haberse rendido, me habló de que cada día se sentía más obsesionado con la idea de cambiar el mundo, me habló de frases, noticias y curiosidades que había leído y oído, recuerdo que dijo que había mucha gente en el mundo pero solo conocía un tipo de personas que merecían la pena... solo un tipo de personas (no le pedí que describiera ese tipo de personas, pero me hubiese gustado hacerlo), también habló de que había decidido cortarse el pelo, y de su trabajo, me habló del tiempo... dijo que estaba cansado de entristecerse por el pasado y preocuparse por el futuro, que se centraría en el presente y en cumplir sus sueños, me habló de sus sueños, de las metas, de una chaqueta que se había comprado el día anterior, de unas zapatillas que le gustaron y de la vergüenza que sintió al darse cuenta de que no tenía dinero suficiente para pagarlas, me habló de música y del último gran libro que se había leído... estuvo un rato hablando del libro, me gustó esa parte porque me encantan las personas que reflexionan sobre los libros después de leerlos, me contó anécdotas divertidas y lecciones que había aprendido. Yo le escuchaba y sonreía, a veces le asentía para que supiera que estaba siguiendo el hilo de su conversación. Después de unos veinte minutos me dio las gracias por haberle escuchado y haber sido tan amable. El tren paró y él se bajó del tren. Yo bajé dos paradas después, llegué a casa y escribí sobre un perfecto desconocido al que había escuchado durante casi media hora en el tren que me traía a casa después de una mañana entera trabajando. Es curioso porque ni si quiera sabía su nombre pero fue, durante un rato, un gran amigo.