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24 de julio de 2011

No dejaré que me controles.

Ahora lo ves ahí, delante tuyo totalmente indiferente y tú te consumes como el cigarrillo que se está fumando, cada calada que da es como un golpe en la tripa para ti y duele. Está amaneciendo ya, y ves como el sol se asoma con miedo, con miedo de calentar demasiado y que el mundo se derrita tal vez, o a lo mejor son solo imaginaciones, a lo mejor quieres creer que hasta el sol tiene también miedo de hacer daño a los demás, como tú. Pero el que hace daño es él, con cada calada, con cada mirada, con ese silencio incómodo, con todas las palabras que se guarda... y tú ya no sabes que más decir, ya no sabes como coño explicarle que estás harta de él, ya no sabes como decirle que no aguantas haberte convertido en su puta esclava. Y de repente sonríe, como si le importaras una mierda, y todas las palabras que acabas de soltar te parecen las palabras más inofensivas y ridículas que has dicho en tu vida, deseas haber sido mucho más cruel, haberle hecho daño. Porque le querías, antes sí, y poco a poco ese sentimiento se había ido apagando igual que te habías ido convirtiendo en una desgraciada que solo vivía la vida que él te dejaba vivir. Entonces tira su cigarro ya casi consumido del todo, lo pisa con la punta de sus zapatillas negras que tú le regalaste y te sientes como si te hubiese pisado a ti, pero el vuelve a sonreír y una lágrima se asoma en tus ojos, no vas a llorar, no, ese mamón te ha hecho ya demasiado daño no puedes dejar que se salga con la suya así que te levantas le escupes en la cara y te vas, echas a correr deseando encontrarte con alguien conocido que te abrace y  te diga que has hecho lo correcto, porque sabes que has hecho lo correcto pero necesitas que alguien te lo diga. Él no se mueve, sonríe y se limpia la cara, sin más. Maldito arrogante hijo de puta, no me volverás a hacer llorar, ya no.