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15 de octubre de 2012

Oye, que tú puedes.



Estaba sentada en el banco más apartado del parque, tenía diecinueve. Tenía entre las manos el papel del médico que decía que estaba embarazada, se acariciaba la tripa y tenía lágrimas en los ojos, estaba sola... su familia le había dado de lado, él le había dado de lado y ahora no tenía a dónde ir, ni un hombre en el que llorar, ni fuerzas para intentarlo. Solo tenía un montón de dudas en su cabeza, millones de decisiones que tomar y setenta euros en su mochila, con cuatro camisetas más y un pantalón limpio. No podía tener ese bebé, no podría cuidarlo ni darle un hogar decente, dormiría en un hotel barato esa noche... pero… ¿Después? se había terminado su último paquete de patatas, ni si quiera tenía nada que comer. Entonces un señor de unos cincuenta años se acercó a la farola que había junto a ella y pegó un cartel de: 'se necesita chica de limpieza para restaurante'. Antes de irse el hombre se acercó a ella le dio otro de los carteles que tenía en la mano y le dijo: sea lo que sea, podrás seguir adelante... solo tienes que ser fuerte.
La chica levantó la cabeza, y le sonrió. Esa misma tarde se acercó a aquel restaurante. ¿Y sabéis qué? Lo consiguió, consiguió aquel trabajo, y después llego a ser la encargada del restaurante, consiguió sacar adelante a su hija, consiguió ahorrar dinero para comprarse un pequeño apartamento y dejó de dormir en hoteles baratos, se enamoró de uno de los clientes habituales de aquel bonito restaurante, y formó una familia. Lo consiguió sí. Y nunca olvidó a aquel hombre que fue como un padre para ella después, nunca olvidó al hombre que sin conocerla confió en ella y la ayudó a ser fuerte y a seguir adelante. 

Y, oye... que tú también puedes, solo sigue adelante.



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